En los últimos siglos de la historia de la América precolombina se manifestarán procesos sociopolíticos nuevos que caracterizan a esta etapa, a la que pondrá fin la conquista española. Puede ella caracterizarse por la formación de minorías guerreras -y la consiguiente militarización de esas sociedades- y por el impulso expansionista que las mismas adquieren, lo que lleva a la formación de grandes unidades políticas. El proceso culmina con la formación de los dos grandes imperios que encontraron los, españoles al llegar a América: el azteca en México y el incaico en el Perú. No trazaremos aquí la historia de estos imperios sino trataremos de señalar los factores que condicionaron su formación y que explican el carácter de esas sociedades.
En realidad, los caracteres enunciados -expansión y militarización- están condicionados por el carácter mismo de las formas de producción imperantes en ambos centros de América. Vimos ya que la agricultura, que constituyó su base económica, sólo pudo desarrollarse a partir de un control cada vez más estricto de la mano de obra y del riego, debido a la carencia de otros elementos técnicos. Esta fue la función que desempeñaron los primeros estados, y que posibilitó un incremento demográfico ininterrumpido y, al mismo tiempo, la formación de minorías privilegiadas capaces de absorber los excedentes producidos. Pero el aumento constante de la población, unido a la imposibilidad de expansión de la producción que había llegado a su límite máximo, provocaron la reducción de los excedentes disponibles. Cuando esa minoría, pese a usar todos los mecanismos de presión a su alcance, ya no pudo extraer más de sus propias comunidades sólo vio como camino para mantener su posición el control de otras comunidades y la apropiación de los excedentes por ellas producidos. De allí que esa nobleza se haya tornado guerrera y que la guerra, con su secuela de saqueos y tributos obtenidos de los vencidos, se transformara en el eje de, la vida de esas sociedades.
Esta militarización de las sociedades precolombinas se reflejó en todas sus manifestaciones artísticas y religiosas. Así, por ejemplo, la introducción de divinidades guerreras en el panteón mejicano fue, en contraposición con el período clásico, característica de esta época.
El caso azteca es quizá el más claro. Toda su cultura giró en torno de la religión, que ejerció un dominio total sobre los miembros de las tribus que integraban la Confederación.
La religión sirvió al mismo tiempo de fundamento del poder del estado sobre los clanes y los Individuos, por lo que la, organización política, en un principio de caracteres democráticos -los cargos eran en su origen electivos-, se transformó en una teocracia militar y permitió imponer un régimen de terror en las regiones conquistadas. La religión, a través de sus ritos cruentos, en los que el sacrificio humano tenía un papel descollante, estimuló las guerras y las conquistas, transformándolas en una necesidad de la que dependía, la vida misma de la comunidad. En efecto, el sacrificio era el alimento y fuente de vida de los dioses y de la vida de estos dependía la vida del Universo. Pero sólo el guerrero capturado en batalla era digno de ser sacrificado.
Desde otros puntos de vista, el período expansionista es una época de estancamiento y aun de retroceso. Las artes y la técnica no superaron, en general, los desarrollos del período clásico y, en algunos casos, están por debajo de ellos. ¿Es que acaso habían agotado su capacidad creadora?; ¿tal vez habían llegado al límite de, sus posibilidades?; ¿o fue el desgaste de energías en la guerra lo que coartó las posibilidades de esas civilizaciones? Es posible que en muchos aspectos hubieran llegado al límite de sus posibilidades, pero en ese caso ¿cuál hubiera sido su posterior evolución? Es evidente que no podemos responder. Su historia quedó trunca y bastaron pocos años para que esos grandes imperios sucumbieran ante los conquistadores y se desarticularan las estructuras económicas y sociopolíticas existentes. La población indígena, sojuzgada y diezmada, fue asimilada como fuerza de trabajo en las minas y haciendas. La explotación colonial, basada en el trabajo forzado y gratuito del indio, fue uno de los pilares más firmes del surgimiento del capitalismo.
EL ARTE AZTECA
El
arte azteca es, fundamentalmente, un arte al servicio del Estado, un
lenguaje utilizado por la sociedad para transmitir su visión del mundo,
reforzando su propia identidad frente a la de las culturas foráneas. De
marcado componente político-religioso, el arte azteca se expresa a
través de la música y la literatura, pero también de la arquitectura y
la escultura, valiéndose para ello de soportes tan variados como los
instrumentos musicales, la piedra, la cerámica, el papel o las plumas.
Lo primero que llama la atención es la asimilación azteca de las
tradiciones artísticas anteriores y la impronta personal que otorgaron a
sus manifestaciones. El arte azteca es violento y rudo pero deja
entrever una complejidad intelectual y una sensibilidad que nos hablan
de su enorme riqueza simbólica.
ARQUITECTURA
El
hecho de que la actual capital de México cubra, en la práctica, la
antigua Tenochtitlán, capital del Imperio azteca, impide que tengamos
una visión completa de las estructuras arquitectónicas y, sobre todo, de
la organización del espacio en los centros ceremoniales, o la relación
entre estructuras templarias y las construcciones de carácter
habitacional. De hecho, nuestro conocimiento de esta zona se limita a
algunos sectores en los que pudieron hacerse excavaciones de carácter
restringido o donde se produjeron hallazgos casuales.
ARQUITECTURA RELIGIOSA
La
arquitectura religiosa se desarrolla siguiendo las pautas de la
tradición mesoamericana, aunque existen aportaciones importantes. El
tipo de construcción más original es el de los templos gemelos, con
doble escalinata de acceso. Aunque el mejor conocido es el de Tenayuca, a
ese modelo responden también los templos principales de Tlatelolco y
Tenochtitlán. Se trata de una representación dual de las divinidades que
existía en Mesoamérica desde épocas remotas. La colocación de parejas
de dioses, como la de Huitzilopochtli–Tláloc del templo mayor de
Tenochtitlán, sobre una sola plataforma piramidal, hace que su
estructura sea alargada y presente una doble escalinata de acceso. En
este caso, las excavaciones realizadas por el doctor Eduardo Matos
Moctezuma pusieron de manifiesto una serie de hasta siete periodos o
reconstrucciones sucesivas entre 1375 y 1520.
Otro
modelo arquitectónico relativamente frecuente es la pirámide de planta
circular que tradicionalmente se ha atribuido a santuarios del dios
Ehécatl, deidad del viento, que en su aspecto de remolino o huracán
podría hacer lógica esta forma. Las más conocidas son la de
Calixtlahuaca y la de la estación de metro de Pino Suárez. Otra
construcción muy característica de los aztecas es un tipo de plataforma
decorada con calaveras, que constituían la base del tzompantli,
estructura donde se acumulaban los cráneos de los sacrificados. Sólo se
conserva un pequeño altar que se encuentra en el Museo Nacional de
Antropología de México y el descubierto recientemente en las
excavaciones del templo mayor.
Entre
los tipos arquitectónicos más comunes no podemos dejar de mencionar los
templos piramidales de planta cuadrada o rectangular con una sola
escalinata de acceso en la parte frontal, delimitada por dos alfardas
lisas. Muchas de las pirámides de Tenochtitlán seguían este modelo.
Dos
de las más extraordinarias creaciones arquitectónicas de los aztecas
fueron Tepoztlán y Malinalco, ambas excavadas en la roca y terminadas
con construcciones de mampostería.
ESCULTURA
Era
fundamentalmente monumental y aparecía asociada a las grandes
construcciones arquitectónicas. Muy realista en su concepción, contenía
un componente simbólico y abstracto de gran importancia relacionado con
su universo religioso. Existen piezas de gran tamaño que representan a
los dioses, los mitos, los reyes y sus hazañas. De las obras que han
llegado hasta nosotros y que se encuentran en el Museo Nacional de
Antropología de México destacaremos la Piedra del Sol o Calendario
azteca, enorme bloque circular trabajado en relieve y dedicado a la
divinidad solar Tonatiuh que algunos investigadores atribuyen al señor
de la tierra Tlaltecuhtli, y la Piedra de Tizoc, enorme disco que narra
en un friso las conquistas del que fuera famoso tlatoani (emperador) de
los aztecas entre 1481 y 1486
Existen
obras escultóricas de menor envergadura. La más conocida es la imagen
del dios de las flores Xochipilli, sentado sobre un gran sitial, con
todo el cuerpo cubierto por flores tatuadas.
La
escultura de pequeño tamaño en piedra tuvo también una gran
importancia. Suele pertenecer más al ámbito de lo cotidiano,
reproduciendo, generalmente, animales y objetos comunes. Algunas piezas
conservan restos de pintura e incrustaciones realizadas con piedras
diferentes. La técnica mexica creó obras extraordinarias con materiales
muy difíciles de labrar. Entre ellas debemos destacar una vasija de
obsidiana que representa a un mono, o una excepcional calavera de
cristal de roca que se encuentra en el Mankind Museum de Londres, donde
se percibe el detallado conocimiento anatómico que poseían los mexicas,
así como su pericia en el trabajo de la piedra, presentando una pieza
casi transparente de un pulido perfecto.
Los
trabajos escultóricos en madera y turquesa, aun siendo mucho menos
numerosos, supusieron un aporte interesante. Encontramos tambores con
relieves muy complejos, marcos para espejos de obsidiana y los llamados
mosaicos de turquesas (esculturas en madera cubiertas con mosaicos de
piedras) que continúan la antigua tradición mesoamericana y de los que
sólo se conservan algunas cabezas zoomorfas y máscaras.
ORFEBRERÍA
Aunque
los orfebres mixtecos que realizaron las ofrendas de las tumbas de
Monte Albán fueron los mejores de Mesoamérica, los aztecas alcanzaron
tal pericia en la fundición, combinando oro y plata, que no se quedaron
atrás. Los metales se utilizaban fundamentalmente para hacer joyas:
collares, pendientes, pectorales, orejeras, bezotes (adornos que se
colocaban en un orificio practicado bajo el labio inferior) y pulseras.
También se hacían figuras y recipientes. Utilizaban la cera perdida y
eran maestros en la fundición, hasta el punto de fabricar figuras
articuladas. Frecuentemente se combinaban los metales con piedras
semipreciosas como el jade, la amatista y la turquesa, formando collares
y adornos de gran belleza.
PLUMERÍA
La
plumería fue una de las expresiones más originales y características de
los aztecas, especialmente en la elaboración de mosaicos. Las aves
utilizadas para estos trabajos procedían de los bosques tropicales del
sur de México y Guatemala, o bien eran criadas en cautividad y cazadas
con técnicas refinadas que no dañaban el plumaje de la presa. Eran
clasificadas de acuerdo con el tamaño, calidad y color, siendo las más
apreciadas las verdes de quetzal (sobre todo las larguísimas caudales);
las rojas del tlauquecholli, parecido al flamenco, y las azules turquesa
del xiuhtótotl. Los especialistas dedicados a estas tareas se llamaban
amanteca y eran muy apreciados, destacando los de Tlatelolco, Texcoco y
Huaxtepec. Se conservan buenos ejemplares de escudos y tocados en museos
de América y Europa. Destacaremos el escudo del dios de la lluvia, que
representa un coyote (quizá el emblema del tlatoani Ahuizotl), pero,
sobre todo, el gran tocado de plumas de quetzal con adornos de oro,
conocido como el penacho (corona) de Moctezuma, conservado en el Museo
Etnográfico de Viena.
CERÁMICA
Constituye
la forma de expresión más popular, sobre todo en lo relativo a las
figuras de personas y divinidades, entre las que destacan figurillas
femeninas de fertilidad y representaciones de dioses. Las figurillas
femeninas aparecen de pie, con el cabello dividido en dos crestas o
bucles que se elevan sobre la cabeza, un faldellín decorado que llega
hasta los pies, y suelen llevar en sus brazos otras dos figuras más
pequeñas. Se ha interpretado como una representación de la diosa madre
azteca (Tonantzin, Xochiquetzal, Coatlicue o Cihuacóatl), aunque en la
actualidad son consideradas como un símbolo de la maternidad. Otras
figuras son representaciones de los dioses Tláloc y Quetzalcóatl
Ehécatl.
CODICES
Eran
libros en papel de amate o en piel de venado, doblados a manera de
biombo. Plasmaban dibujos figurativos y una escritura pictográfica que
servía como recordatorio de narraciones históricas, religiosas o
litúrgicas. La inmensa mayoría de los códices aztecas son copias de
códices antiguos o recopilaciones posteriores a la conquista realizadas a
requerimiento de los frailes. Los identificados plenamente con el mundo
azteca son el Códice Borbónico y el Tonalamatl Aubin, los más antiguos,
y los pertenecientes al grupo Magliabecchiano, entre los que destacan
el propio Magliabecchiano, el Códice Tudela, el Códice Ixtlilxóchitl y
el Códice Veitia.