martes, 15 de marzo de 2011

Las Culturas Precolombinas

Introducción
Las antiguas civilizaciones del Nuevo Mundo estuvieron repartidas desde América del Norte hasta el noroeste de Argentina. Dos grandes áreas geográficas lograron las cotas más altas de desarrollo cultural: Mesoamérica (incluidos Guatemala y el sur de México, con Belice, El Salvador, la región occidental de Honduras y la región occidental de Costa Rica en la periferia) y los Andes centrales (Perú, Bolivia, sur de Colombia, Ecuador, norte de Chile y Noroeste de Argentina). En ambas áreas geográficas la «civilización» se encontraba en marcha c. 1250 a. de C., y continuó en una sucesión de culturas diferentes, representadas por diversos estilos de arte, hasta la llegada de los conquistadores españoles a comienzos del siglo XVI. A través del mundo precolombino, el arte estuvo estrechamente relacionado con la religión y con la naturaleza. También estuvo relacionado con el poder secular. La arquitectura y la escultura fueron una manifestación del poderío, tanto político como religioso. Poderosos gobernantes podían ordenar a grandes contingentes de mano de obra la construcción de grandiosos centros ceremoniales. En su mayor parte, estos operarios trabajaban con herramientas de piedra. Estos pueblos no utilizaron la rueda, que no conocían, ni para el transporte ni para la elaboración de objetos alfareros. Si tenemos en cuenta estas limitaciones, sus obras fueron asombrosas.
Sólo los mayas, en el sur de Mesoamérica (300 al 900 d. de c.) poseyeron una auténtica forma de escritura. Por lo tanto, no existen fuentes realmente escritas que nos ayuden a comprender estas antiguas civilizaciones. La información nos puede venir de datos etnográficos y de antiguos relatos hechos por indios o por europeos, pero son sobre todo los restos materiales que quedan de estos pueblos -sus edificaciones, su escultura, su cerámica, sus piezas lapidarias y en algunos pocos casos sus tejidos- lo que suministra material para el estudio de estas civilizaciones. La difusión de los tipos de cerámica y de los estilos arquitectónicos y escultóricos constituye una fuente de información para definir las influencias ejercidas por un pueblo sobre otro. Materiales como la obsidiana, el jade, el pedernal y las conchas marinas, cuando aparecen en lugares en donde no son indígenas, indican la existencia de comercio. Una de las mejores fuentes de información es el contenido de las obras de arte, puesto que, aunque éstas no, fueran acompañadas por la escritura, las grandes culturas ya poseían lenguajes simbólicos bien desarrollados. Los elementos importantes de su universo -sus mitos, sus deidades, sus ceremonias y sus héroes históricos- están representados en el arte. Aunque todavía conocemos poco acerca de cómo interpretar estos elementos, contienen un buen conjunto de información cifrada.

A veces, la realidad objetiva se puede ver representada en el arte precolombino (como, por ejemplo, los retratos en piedra y yeso de los reyes mayas, o los jarrones con retratos y representaciones de especies animales y vegetales de la cultura mochica del Perú), pero con bastante frecuencia están mezclados elementos míticos, elementos que probablemente fueron igualmente «reales» para aquellos pueblos. El origen de los atributos de lo que parecen ser "monstruos surrealistas --deidades o criaturas sobrenaturales- puede por lo general encontrarse en elementos de la naturaleza, aunque se encuentren combinados mediante procedimientos poco naturales a ojos del forastero. Los rasgos humanos se pueden combinar con los de los grandes felinos (especialmente los jaguares), las aves de rapiña, las serpientes, los cocodrilos, las ranas y los sapos o las criaturas marinas. El jaguar, el felino más grande del Nuevo Mundo, era un poderoso predador, con cuyas proezas en la caza querían identificarse los hombres. Los jaguares, cuyo medio ambiental es preferiblemente el bosque tropical lluvioso, están relacionados de distintas maneras con la noche, la Tierra, las cavernas, los ríos, la lluvia y la fecundidad. Los jaguares son algunas veces tenidos quizá como antepasados sobrenaturales. Las demás criaturas, con alguna frecuencia también cazadoras y carnívoras, se encuentran asociadas con la vida en más de un campo y tienen la capacidad de cambiar de una forma a otra o de desprenderse de su piel muerta. Todas éstas son criaturas cuyos atributos fueron importantes para los pueblos precolombinos.
La imaginería funeraria es común, y es probable que esté asociada con la fecundidad y la regeneración. Así como las plantas renacen de la tierra, así también la vida del hombre se pensó que sería cíclica. Las más avanzadas culturas precolombinas creen todas en una vida futura y han dejado tumbas equipadas con ricos materiales funerarios. Algunas obras deben de haber sido hechas, específicamente, como tales objetos funerarios; incluso es posible que la mayoría de estos bellos objetos fueran confeccionados para acompañar al muerto hasta el otro mundo.
Otros trazos que también son elementos de su arte compartidos por todas las civilizaciones precolombinas avanzadas son el uso de tocados y vestiduras significativos, el empleo de ornamentos de orejas y nariz por la gente de elevada posición social: la escarificación, el tatuaje y la pintura de rostros y cuerpos, la exhibición o vestido de toda la panoplia bélica de los guerreros como símbolos de su condición social, la práctica de los sacrificios humanos rituales, la importancia que revestían los prisioneros o las víctimas propiciatorias para el sacrificio humano, el uso de bella cerámica y ropajes como objetos de uso ritual, el uso de los metales como adornos o como objetos rituales más que para fines utilitarios y la acentuación cosmológica en las cuatro direcciones del universo. Aunque los mismos temas se repiten dentro del arte de un estilo particular, nunca hay repeticiones exactas, e incluso la cerámica fabricada mediante moldes se acaba de formas variadas. Esta ausencia de reiteración repetitiva es otro trazo de las culturas precolombinas desarrolladas.
La arquitectura ceremonial consiste en edificios de piedra o de adobes situados sobre plataformas o pirámides, emplazados en torno a una plaza. Las estructuras se construían a menudo sobre otras anteriores. Los lugares elegidos suelen estar localizados a menudo en una colina o en sus proximidades. Debemos pensar que hubo un considerable trasiego de pueblos a lo largo de la historia precolombina. Dentro de las dos mayores áreas geográficas, los pueblos, a buen seguro, sabían de la existencia de los demás, se influirían mutuamente y harían proselitismo, y algunas veces se conquistarían los unos a los otros. La cuestión que se nos plantea es si los pueblos de alguna de estas dos áreas geográficas, en cualquier momento, supieron acerca de la existencia de la otra gran área. Ciertos trazos parecidos sugieren que en algunas ocasiones debió de haber algún contacto entre ellos. Por ejemplo, un motivo que nos presenta el dibujo de un triángulo escalonado con una voluta parece ser que fue de la región andina hasta Mesoamérica inmediatamente antes de la época de Jesucristo. Está ampliamente difundido en las dos áreas, y es probable que tuviera importancia distinta en épocas y lugares distintos. En el pasado se adelantó la idea de que pudieron existir vínculos entre las dos civilizaciones más antiguas: los olmecas de México y los chavines de Perú. Ahora, sin embargo, se piensa que pudo haber existido un pueblo antepasado de los pueblos de Mesoamérica y de los Andes centrales en algún lugar de las selvas tropicales de las tierras bajas del norte de Sudamérica. Esto podría explicar muchas semejanzas básicas, en particular el uso de ciertos motivos simbólicos, así como diferencias individuales.
El Arte Precolombino
Para acercarnos al arte precolombino debemos partir de premisas distintas de las que emplearíamos para el análisis de una obra de arte occidental actual.
Dentro del mundo precolombino, el arte no era un objeto para ser contemplado y gozado estéticamente, ni para ser expuesto en museos y casas, ni para dar "status" a una determinada clase social. Tampoco era mercancía dentro de un mercado, ya que no había un público consumidor de arte que lo usara para detentar poder económico y social.
El arte precolombino depende exclusivamente del culto religioso, es propiciado por la casta sacerdotal y compartido devocionalmente por el pueblo. Vale decir que si existiera un diccionario general de alguna lengua precolombina, la palabra "arte" no tendría cabida en él.
El exclusivo análisis formal del arte precolombino es improcedente, porque de ese modo lo desvinculamos de su contexto cultural originario, matando lo que tiene de vital. Si procedemos así se nos escapa la función mágico-religiosa de estos productos culturales, la cual nos va a dar en definitiva su significado último.
Repetimos: este arte es la plasmación de un mundo mítico, de una cosmovisión totalmente distinta de la nuestra, que si bien no funciona orgánicamente en las culturas indígenas de la actualidad, se encuentra de un modo sincrético
en elementos incorporados al culto católico. Por ejemplo: en Guatemala, a Jesucristo se lo invoca, en algunas ceremonias de la región del lago Atitlán, con un rezo que se utilizaba en el período maya para invocar al dios Kukulkan; otro ejemplo sería la relación sincrética de la Pachamama-Virgen María de nuestro noroeste y Bolivia: el colla deja su acullico a la virgen como lo hacía antiguamente a la Pachamama.
El mito
El mito es una estructura vital, un relato, la manera más elemental que tiene el hombre para interpretar el mundo, insertarse en él y reconquistar la unidad perdida. El mito permite que lo insólito se convierta en lo habitual, se mueve en el tiempo y se reinterpreta de acuerdo con los sucesos históricos.
De ahí que los teóricos metafísicos (Mircea Eliade, Huberty Mauss) que consideran al mito exclusivamente como una estructura de validez ontológica permanente, fuera de la historia, se equivocan.
Lo cierto es que, cuando hay hechos que conmueven a la comunidad, éstos se incorporan a la estructura mítica. El mito está relacionado siempre con el proyecto que cada cultura tiene con respecto al mundo y da a cada integrante del grupo su personalidad y su función, proporcionando un patrón de valores, ordenamiento social, creencias y sistema mágico cuya función es reforzar y prestigiar las tradiciones, dotando de sobrenaturalidad a acontecimientos completamente naturales.
De ahí que el mito incorpore y elabore acontecimientos históricos concretos a la vez que, conforme sobrevienen nuevas necesidades de la comunidad y en función de las mismas, se van agregando acontecimientos míticos puros.

El artista
Cuando un escultor tolteca o maya esculpe un dios, lo que está realizando no es la representación de su imagen, sino que está haciendo al dios mismo. El templo donde se lo colocará será su verdadera morada y, en muchos casos, quedará definitivamente oculto de la contemplación de sus adoradores.
Esto quiere decir que la gratificación que buscaba el ejecutor de la escultura no provenía del reconocimiento por su obra. Otros eran los mecanismos que lo llevaban a la creación. El "artista" -vamos a llamarlo así por una razón de comodidad aunque no sea exacto- se instruía en contacto con los testimonios de obras anteriores, respetando la tradición heredada a través de las generaciones.
Lo fundamental para ellos era aprender la técnica, lo que hacía que la labor artística se transformara en un oficio que, generalmente, estaba subordinado al culto religioso.
El artista era un trabajador más de la comunidad. Lo individual quedaba subsumido en la empresa total. Por lo tanto, el creador era un engranaje más dentro de la actividad comunitaria. Ninguna obra llevaba el nombre de su autor, por lo tanto, para nosotros, son anónimas. Eso no significa que la comunidad no valorara ni reconociera al buen artista; sabemos que los Incas, al conquistar el reino Chimú, reconocieron la calidad de sus orfebres a tal punto que éstos fueron trasladados a un barrio de Cuzco con toda clase de prebendas y beneficios para que siguieran produciendo sus obras.
En el caso de la arquitectura monumental, todo el pueblo colaboraba para levantar los grandes centros de culto. Lo importante es el producto y no quien lo produce; la obra cumple un función determinada, y quien o quienes' la ejecutan lo que hacen es prestar un servicio. Muchas veces, los mismos sacerdotes suelen ser los artistas o, en su defecto, los que dirigen la obra, ya que generalmente en la elaboración de la misma hay que ir cumpliendo con rituales rígidamente estipulados.
El arte precolombino es un arte de servicio de sustitución, cuyo fin es extraartístico, tal como lo podríamos entender nosotros. En él, no se trata de que la obra sea verosímil sino creíble. En estas sociedades teocráticas, estas obras son aceptadas por el grupo sin restricciones e incorporadas a la vida cotidiana. No se da la relación dicotómica entre creador-espectador, como en nuestra actual sociedad.
El significado complejo e intrincado de este arte permanecía oculto para el pueblo y su manejo estaba exclusivamente en manos de la casta dirigente, única que tenía acceso a él y, por ende, al conocimiento del mensaje significativo de esas obras.
Pero el pueblo, a distancia, compartía esta religión oficial y, aunque la simbología profunda de las efigies de los dioses permaneciera oculta para la mayoría, en toda la comunidad precolombina se crea un lenguaje compartido y con un nivel de acceso común a todos.
Es necesario aclarar que a través de los siglos, junto a esta religión oficial, el pueblo siguió creyendo en sus viejos cultos populares que originaron, paralelamente al arte oficial elitista, un arte doméstico, cuyos últimos estertores los visualizamos en comunidades agrícolas contemporáneas (tal el caso del culto a la Pachamama en nuestro noroeste).