miércoles, 12 de octubre de 2011

Muralismo Mexicano


El nacimiento del muralismo mexicano
 
Al término de la Revolución Mexicana (1910-1920), la situación política de México propició el desarrollo de un arte nacional. El Estado revolucionario mexicano diseñó un lugar de privilegio para las artes visuales y pronto éstas asumieron un lugar predominante en el proyecto de construcción de una nueva nación. En este contexto, los artistas tuvieron condiciones únicas para el desarrollo de un lenguaje propio, comprometido con el momento histórico-social, pero a la vez familiarizado con las condiciones de la modernidad.
El proyecto de rescate de lo nacional en el México de esos años fue un fenómeno complejo. Los artistas comenzaron a descubrir el país en que vivían e intentaron impulsar una reconciliación con su historia y sus raíces. De esta manera, comenzó a nacer en los artistas una profunda admiración hacia el mundo indígena, y la riqueza de su arte popular se convirtió pronto en fuente de inspiración.
El inicio del muralismo en México fue de la mano de una política cultural llevada a cabo por el Ministro de Educación de la época, José Vasconcelos, quien aspiraba a la reconstrucción de un espíritu nacional imbuido en un pensamiento moderno. Vasconcelos dejó testimonio de sus ideales estéticos a través de los relieves, esculturas y decoraciones murales que encargó a los artistas durante su gestión. Su proyecto estaba orientado a que una sector de la población, antes marginado de la cultura, pudiera disfrutar de una nueva propuesta estética.
La trascendencia del muralismo se debe al nuevo papel que se le asignó como expresión artística de carácter público, gestada para activar una conciencia nacional todavía en formación y para difundir una ideología política. El fuerte acento puesto sobre la idea de crear una nueva y más amplia forma de difusión artístico-política convirtió a la pintura mural en el "arte de la revolución".
Los murales latinoamericanos encontraron sus raíces no sólo en las pinturas murales precolombinas o en los frescos de los conventos coloniales mexicanos, sino también en la práctica de la técnica mural italiana. Los frescos renacentistas llevaron a los muralistas a buscar nuevas soluciones en el tratamiento del espacio y la estructura narrativa. Pero pronto, los artista mexicanos, comenzaron a interesarse no sólo por el dibujo y la pintura sino por hacer sentir su presencia como pensadores a través de las imágenes.
Uno de los mayores exponentes de este arte fue Diego Rivera (1886-1957), quien en 1921, al regresar a México después de un largo viaje por Europa, se incorporó inmediatamente al programa gubernamental de murales planeado por Vasconcelos. En él, las ideas políticas fueron más fuertes que sus ideas artísticas. Repudió la pintura de caballete en favor de obras de arte accesibles a un público masivo y durante gran parte de su carrera trató de hacer un arte estrechamente relacionado con el realismo socialista soviético, es decir, explícito y figurativo pero sumamente simbólico en sus representaciones. Su intención era hablar directamente al pueblo mexicano y para ello tuvo que abandonar el lenguaje plástico que caracterizaba la tendencia modernista por un lenguaje sometido a demandas narrativas adecuadas a su ideología de entonces. Algunos de sus murales pueden verse en los edificios del Palacio de Cortés en Cuernavaca, en la Secretaría de Educación Pública de la Ciudad de México y en el Anfiteatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria.
José Clemente Orozco (1883-1949) y David Alfaro Siqueiros (1896-1974) son los otros dos artistas que, junto con Rivera, llegaron a formar lo que los mexicanos llaman "Los Tres Grandes" del muralismo. Sus lazos históricos y personales fueron estrechos, aunque sus lenguajes pictóricos merecen un análisis diferenciado de sus obras. Lo que los unía no era la técnica ni la estética, sino el programa y el proyecto común.
Orozco trabajó en 1920 junto con Diego Rivera en la Escuela Nacional Preparatoria en un mural encargado por Vasconcelos. La estética de sus imágenes, proveniente de su pasado como caricaturista, provocó reacciones opositoras en un grupo de estudiantes conservadores y tuvo que interrumpir su trabajo durante un tiempo, actividad que sólo pudo continuar varios años más tarde. Orozco no tenía la experiencia de Rivera en el arte europeo ni se sintió inspirado por lo precolombino. Realizó los murales para el Palacio de Gobierno y una vez terminado este trabajo, inició un ciclo de composiciones para la iglesia cerrada al culto del Hospicio Cabañas en Guadalajara. Tanto su colorido como sus composiciones resultaron de un carácter amenazante, con un fuerte estilo expresionista.
Siqueiros tuvo una carrera más despareja que sus dos compañeros ya que su trabajo como pintor varias veces fue relegado por su dedicación a la política: fue el motor del Sindicato de Obreros Técnicos, Pintores y Escultores, Secretario del Partido Comunista en México y presidente de la Federación Nacional de Mineros. Su primera participación en la campaña mural se dió en 1922, cuando, como Rivera y Orozco, trabajó en la Escuela Nacional Preparatoria, invitado por Vasconcelos. La mayor parte de sus proyectos murales más importantes pertenecen a los últimos treinta años de su vida, período en el que el muralismo era influenciado por otros estilos e ideas. Su obra más relevante fue el Poliforum Cultural Siqueiros que completó después de un período de encarcelamiento entre 1962 y 1964. Sus composiciones resultan vertiginosas por el enorme tamaño de sus dibujos y los violentos escorzos de sus figuras.